La Llorona es uno de los personajes más populares del folclor latinoamericano, en sus terrenos escatológicos. Existen referencias precolombinas de esta aparición. Como es lógico, con el correr de los siglos, la leyenda se esparció y se adaptó a distintos ámbitos culturales, dando pie a otra suerte de “lloronas”.

Miguel Esteban González, con Un grito a la medianoche, parte de la personificación múltiple del espectro, producto del medio, de la circunstancia y del tiempo en cada versión. En esta obra se incorpora la Llorona en la pavorosa versión criolla de la Tulivieja, generadora de todas las acciones en el libro.

Debe decirse, además que la Tulivieja de Miguel Esteban González no es un remedo exacto de aquella de los cuentos de portal; el autor la replantea en su papel de vengadora, capaz de moverse en distintos ambientes, incluso el urbano, obstinada en resolver a su manera, un problema personal.

Ahora bien, lo sustancial es que la Tulivieja no es el único monstruo en esta novela que no se apega a la tradicional bipolaridad entre buenos y malos, entre ángeles y demonios. Aquí hay que excavar más hondo, meterse en lo profundo del laberinto y, si es posible, volver con vida a la luz, trayendo respuesta a una pregunta simple pero desveladora:  ¿hacía dónde correrías ante la presencia de un monstruo, si ese monstruo se encuentra dentro de ti?