Una de las particularidades del relato de suspenso, o de horror, es que con el teto se aportan todos los elementos necesarios para una combustión espontánea, excepto uno. Es el lector el encargado de añadir el elemento X, imprescindible para que se produzca la reacción esperada.

Miguel Esteban González, en su laboratorio literario, desde hace algunos años viene ensayando con diversos materiales combustibles, proponiendo al lector que sume el que tiene en casa, en una cajita rotulada como “Mis emociones”.

El miedo es una emoción atávica, infaltable en el recuento de nuestro ser, y presente, a menudo, en cada acción vital. Es congénito, pero se nutre, se pule, se agranda o se degrada a medida que vivimos. Como la materia, y como los virus, el miedo no se destruye: se transforma y, ahora ya lo sabemos, nos hace aprender cómo se convive con él.

Historias cortas para pesadillas interminables es lo que el título anuncia. Una caja de materiales con las que el lector va a trabajar a partir de su lectura. Episodios bien contados que pueden haber ocurrido en nuestra vecindad, en la casa de al lado o, sí, a nosotros mismos, agolpándose en estas páginas con energía propia, esperando que tú, lector, programes la fórmula definitiva con que las harás alumbrar, encenderse, estallar. Lo que ocurra depende de ti, de tus emociones, de los miedos que a nadie confesarías.

Sin duda un libro que evade distanciamientos sociales, porque sus historias son para leerlas acompañados. Hay precauciones que nunca salen sobrando.