En medio de un paisaje idílico, de un clima fresco, ideal para la salud física y espiritual, se alzan las antiguas estructuras del Asilo Santo. El lugar acoge a quienes, por razones de edad o de salud deben recibir cuidados especiales, que en el asilo les brindan manos caritativas. O, al menos, eso creemos al ver de lejos el caserón.

En la ciudad, en pleno apogeo de la dictadura militar, un prominente empresario farmacéutico, ejemplar esposo y padre de familia, aparece muerto con un tiro en la cabeza, sobre su mesa de trabajo. Las evidencias son claras: víctima de la depresión causada por el reciente fallecimiento de su esposa, el hombre se quitó la vida. Solo que su hija, una hermosa graduanda de la Facultad de Enfermería, no lo cree así, y exigirá a los inspectores del Departamento Nacional de Investigaciones, que lleguen a la verdad.

¿Cómo se relacionan estos dos hechos? ¿Qué secretos esconden las paredes del Asilo Santo? ¿Se trató en realidad de un suicidio? ¿Cómo encajan estos hechos en una trama de conflictos y conspiraciones globales que dominaron gran parte del siglo XX? Para poder ofrecer estas respuestas tendremos que bajar a sótanos macabros, a tumbas que se suponían cerradas para siempre, y es posible que nos corresponda escuchar lo que nos tienen que decir algunas almas del más allá.

Miguel Esteban González, luego de construir con su muy gustada trilogía de El Guayacal, un mítico escenario de colisiones titánicas entre fuerzas universales, nos entrega ahora El Asilo Santo. En este sitio, la caridad y la perversidad, la paz y el horror, la belleza y lo macabro encuentran acomodo para ofrecernos una historia extraordinaria, cautivadora, aunque elaborada con sucesos tan cotidianos que podrían ser nuestras propias historias. Eso sí, a partir de esta novela, nadie querrá estar dentro de los muros del Asilo Santo, ¡Dios nos libre!